Contaré la aventura a modo de historia, que supongo que le dará más juego a la Quest (atención, spolier!):
La pasada tarde me encontraba en mi trayecto hacia el sur para conseguir ciertos ingredientes para mis remedios del druida local, cuando en la estación de Pirena me vi sobresaltado por una gran masa de ciudadanos agitados y nerviosos. Mientras que muchos se encontraban tan confusos como yo, algunos otros, presa del pánico (o tal vez de una precaución excesiva) se peleaban por ser los primeros en tomar un monorail hacia el intercambiador para Espaún. Sorprendido por el alboroto y asaltado por la curiosidad, detuve mi vagón y descendí hasta las calles de la ciudad.
En las calles no había menos gente que en la estación, situados todos alrededor del manantial del Monte Pirena. Ya lo había visitado antes, se trataba de un pequeño reducto de naturaleza en el corazón de la villa amurallada. Al acercarme descubrí aquello que llamaba la atención de los vecinos: el arroyo estaba completamente seco. Las autoridades locales trataban de calmar a la vecindad con pretextos sobre la sequía, pero tanto yo como los vecinos sabíamos que no decían la verdad: la comarca es conocida por sus abundantes precipitaciones (sobre todo en esta época del año) y por su balneario, alimentado por el manantial y situado bajo éste.
Tratando de indagar más en el asunto, escuché atentamente los gritos de protesta y los rumores que escapaban del gentío. Se hablaba de historias legendarias sobre dragones, de cortes del agua por parte del gobierno local, de la obstrucción del manantial... Historias de pueblerinos a mi parecer. Vi a una anciana sentada en un banco, que se quejaba de las altas temperaturas que rodeaban al Monte. Y estaba en lo cierto, pensé. Saqué el termómetro que me regaló el alquimista la semana pasada y observé con atención las muescas laterales del objeto. ¡El mercurio superaba los 38ºC! El calor era asfixiante y la humedad saturaba el ambiente, pues parecía que del manantial manaba un tórrido y constante flujo de vapor de agua que impregnaba el ambiente y se pegaba a la ropa. Mientras me quitaba la chaqueta para soportar el calor, escuché algo aún más curioso: algunos hablaban sobre un meteorito caído a las afueras de la ciudad. Eso sí que merecía ser visto, y me alejaría del foco del sofocante calor.
Guiándome por las indicaciones de los ciudadanos encontré el meteorito en menos de 5 minutos, a las afueras de la ciudad. Había caído al otro lado de la muralla, el pueblo se había salvado por poco. Los espectadores habían partido hacia el Manantial, aunque todavía quedaba media docena de niños correteando alrededor. El cráter, de unos 10 metros de diámetro y 3 de profundidad, estaba cubierto por una fina capa de una sustancia roja terrosa que no sabría identificar. Cogí una pequeña muestra que guardé en una pieza de tela para que mi amigo el alquimista la analizara. En el fondo del cráter reposaba una roca relativamente pequeña, comparada con el tamaño del hoyo. Se asemejaba a las rocas que se forman en las profundidades de la tierra. Sin embargo, el contacto con la atmósfera la había quemado, dándola una forma redondeada, que me recordaba a una gran patata gris y chamuscada. El calor era menos intenso que en el Monte, pero el suelo ardía por el impacto (deduje que aquel polvo rojo debía de ser inflamable) y era más que evidente que cualquiera que intentara llegar a la roca se ganaría un viaje a mi consulta con graves quemaduras.
Tras un rápido estudio de la zona, no puede hallar una relación entre ambos sucesos: el cráter se hallaba a más de un centenar de metros del Monte, al otro lado de la muralla y no estaba cerca de ninguna corriente de agua. Claramente decepcionado, volví hacia el Manantial, pero esta vez tomé el camino que descendía hasta la costa. Hay que mencionar que aquel día no fue especialmente caluroso, así que me enfundé mi gabardina y mis guantes marrones de piel.
Cuando me disponía a cruzar la última intersección que me separaba de la estación, me saltó a la vista el gran letrero que anunciaba la presencia del famoso balneario de Pirena. Habría seguido mi camino de no ser por un pequeño detalle. El balneario, situado bajo el Monte, estaba cerrado, pero a travésuna de las ventanas puede ver claramente que las piscinas seguían llenas y el agua aún fluía en las fuentes, lo que no cuadraba teniendo en cuenta que procedían del mismo manantial que el que alimentaba al río del Monte. Me acerqué a las puertas de metal, ignorando el cartel de "Cerrado" para investigar. Intenté abrir una de las puertas, pero un intenso calor me echó para atrás. En cuanto toqué el picaporte, el guante de cuero empezó a echar humo. Me lo quité rápidamente y lo tiré a una de las piscinitas laterales que adornaban el camino, y vi como ardió lentamente antes de hundirse en ella. Sorprendido, miré por una de las empañadas ventanitas de la puerta de metal. El interior parecía estar a una enorme temperatura, y el aire que salía por debajo de las puertas creaba ondulaciones que distorsionaban los adornos de la entrada. No me arriesgué a perder el otro guante en un infructuoso intento de penetrar en aquel infierno.
Todo aquello me resultaba muy extraño, pero el manto estrellado de la noche comenzaba a cubrir el cielo. Estos no son unos tiempos seguros, así que volví hacia el castillo antes de que los bandidos y las bestias aparecieran de entre las sombras. Lo dejaría por aquel día, pero con la firme intención de volver más preparado al día siguiente.
Aquí finaliza mi primer relato, espero sacar tiempo para narrar toda la aventura
Apreciaría en gran medida vuestros comentarios, críticas, aportaciones, colaboraciones y correciones, gracias