Re: Cartas de Piteas
Bueno Piteas me encantan tus cartas, XD
A ver cuando nos vamos d aventuras los 2 partiendo de nuestra, digo tu casa, la cual tengo okupada XD
Bueno Piteas me encantan tus cartas, XD
A ver cuando nos vamos d aventuras los 2 partiendo de nuestra, digo tu casa, la cual tengo okupada XD
Frimost escribió:Excessus ten cuidado con Piteas que de aquí a nada será competencia tuya xD
Yo diría que ya me ha superado
II - La primera noche
El día despertó fresco, todo el viento de la noche anterior había arrastrado las nubes, dejándo un cielo claro que anticipaba un sol radiante. Tras despedirme de Lord Daichi, y acordar buenos tratos con él, revisé mis bultos : grano, herramientas, provisiones, el mapa de Piri Reis, ropa de abrigo y, mi arco con sus flechas. Estaba listo para el viaje
Llegué a las puertas de la ciudad cuando el sol comenzaba a alborear pero, para mi sorpresa mi acompañante ya estaba esperando, sentado sobre su parco equipaje mientras fumaba de una tosca pipa.
¡Comenzaba a temer que os hubieseis dormido! - Dijo, mientras apagaba la pipa con unos golpes en la rodilla - ¿Partimos ya, maese Piteas?
Preparado para el viaje, Sir Dremin parecía distinto al taciturno caballero de la noche anterior. Seguía notándosele robusto, pero su baja talla, y las ropas sencillas de lana y cuero que vestía, le hacían parecer más un miliciano de Sosaria que un guerrero.
¡Os veo preparado para viajar, Sir Dremin!. Me alegro que que no seais ninguno de esos paranoicos que no abandonan su armadura ni para vadear un rio.
Y yo – dijo, señalando el arco que sobresalia en mi equipaje – de que vos no penseis que esto es un viaje de placer.
Cruzamos el puente sobre la bahía, hacia el este, y pronto dejamos atrás las ultimas granjas de Drakenden. A diferencia del camino que llega desde Aleria, que tiene un buen trecho de fincas hasta las montañas, la zona del este es salvaje y accidentada: apenas comenzamos a cruzar por ella, las lomas ya no nos dejaron ver las torres de Drakenden.
He de admitir que esa mañana me había subido la moral: estabamos cruzando por una ruta nueva hasta ahora; caminábamos por la parte en blanco del mapa, conociendo los secretos vedados a los cartógrafos. Cada riachuelo y cada bosquecillo eran salvajes y carecían de nombre en ningun registro.
Pero, quitando el romanticismo a la situación, el camino se hacia duro, las continuas subidas y bajadas de las caprichosas lomas nos cansaban en demasía, y nos retrasaban más de lo que esperábamos. En muchos trechos el camino a seguir estaba lleno de maleza, e incluso encharcado en algunas zonas. Lo malo de ser pionero es que vas trazando las primeras sendas.
Para cuando hicimos una breve parada al medio dia apenas habíamos recorrido una pasaranga y media. Tras un breve descanso, y una frugal ración de cecina y cafe, hablamos de corregir nuestra ruta más hacia el este; así recorrimos aún media pasaranga más, saliendo a una llanura elevada, antes que Dremin me advirtiese:
Maese Piteas, anochecerá en breves. Si hemos de pasar la noche aqui, pararía para poder hacer un refugio
¿Quizás en las lomas? - Dije, señalando la zona de la que habíamos salido -
No, mucho mejor aqui. Si nos damos prisa podemos construir una pequeña defensa para la noche.
Y nos pusimos manos a la obra de tal manera que, al ocaso, ya teníamos un pequeño chamizo, de unos dos metros de lado y puerta en el techo, bien iluminado por dentro. Colocamos nuestros bultos a salvo en el interior, y nos repartimos por turnos para vigilar.
Como no me gusta que me interrumpan el sueño, hice la primera guardia. Dremin se acurrucó en la calidez de la improvisada cabaña mientras yo, arco en mano, me acomodé sobre la salida, oteando la oscuridad creciente.Ya había visto llegar a los monstruos en otras ocasiones - desde las murallas de Drakenden o desde las alturas de Valinor - pero esa noche estaba inquieto por su cercanía, tan sólo me separarían de ellos los escasos dos metros de altura de nuestro refugio.
Y no se hicieron esperar, conforme la luz de la luna se derramaba caprichosa, comencé a distinguir, como salidas de ninguna parte, las sombras torpes de los muertos y el blancor óseo de los arqueros sepulcrales. Sin embargo, algo extraño ocurria.
Incluso en los lugares mejor defendidos, los monstruos siempre tienen algo parecido a una malsana curiosidad, esta les lleva a cercarse hasta los humanos, sin reparar por donde pasan. Pero esa noche los seres pululaban lejanos, como temerosos de acercarse, justo en el límite de las lomas. Y al norte, donde la llanura donde estábamos se interrumpía con bosquecillos, un fulgor malsano le robaba la luz a las estrellas conforme la luna subia en el cielo.
Desperté a Dremin con un suave puntapié, sin perder ojo de nuestro alrededor. Tras un par de juramentos escaló hasta la abertura y se quedo tan sorprendido como yo. Y asi estuvimos largo tiempo, sin decidirnos a hacer realmente nada pues, ¿y si fuera alguna treta de los monstruos?.
No atacan – Musitó Dremin para sí.
No. Llevan pululando toda la noche, ni tan siquiera se han acercado.
Maldita sea ¿Qué coño pretenden?
Ni idea... ¿Habeis visto alguna vez algo parecido?
Los monstruos son astutos, – dijo, mientras descendía de vuelta al refugio a por su pipa – y ya los he visto tender trampas mas de una vez. Se ven cosas raras en los bosques de Norsk, pero esto... – volvió a la abertura enciendiendo el tabaco – en mi vida.
Observamos el fulgor, extendiéndose como las luces del norte, iba culebreando en el cielo, por encima de las nubes. Dremin iba soltando volutas de humo mientras yo me arrepentía de no haberme preparado cafe para la guardia.
¡Mierda, lo consiguieron! - exclamó de repente Dremin - ¡Ya me han desvelado!
Lo siento – comenté absorto - ¿preferíais que no os hubiese avisado?
De ninguna manera Piteas... ¿No teneis ganas de saber que son esas luces?
Claro pero – señalé con la cabeza a las lomas - ¿Y los bichos?
Estamos en una llanura, - comentó pensativo – creo que les veremos venir, y nos dará tiempo de volver si no nos alejamos demasiado.
Lo cierto es que los dos sabíamos que era una mala idea, pero nos moríamos de ganas de saber que era aquel fulgor, y por qué los bichos parecían tener tanto miedo, así que acepté. Dejamos una escalera de mano dispuesta por si teníamos que volver corriendo, - ¿como es posible que ningun monstruo sepa manejar algo tan simple? - nos pusimos las cotas de cuero, y partimos lo mas ligero posible hacia los bosquecillos del norte.
Dremin, espada en mano, iba por delante marcando el camino con antorchas. Yo lo cubria desde cerca con el arco, atisbando entre las arboledas. Un par de veces disparé, seguro de haber escuchado algún gruñido, pero sólo fue para asustar a cerdos salvajes o pollos noctámbulos.
Estabamos en tensión, asi que no medimos ni el tiempo, ni la distancia que nos iba separando del refugio. Cuando ya llebávamos un buen rato de camino, los bosques dieron lugar a una zona arenosa, que caía hasta una bahía que se abría a nuestros pies, de la cual llegaba la extraña luz.
No nos costó encotrar una duna tras la que observar con cuidado. La pequeña bahía se extendía sobre todo a nuestra izquierda, abrigada por las paredes de un gran cortado de cal. En mitad de ella se elevaban imponentes dos torres imponentes, de color dorado y fulgor propio, que parecían ser la fuente de aquella luz. Rodeando las torres por doquier se distinguían ruinas de casas, cimientos y paredes destruidas (¿o a medio hacer?), que extendían sombras macabras y distorsionadas por la playa.
Al principio pensamos que las torres estaban abandonadas, pero pronto pudimos atisbar sombras que se movían entre las ruinas. Altas y deformadas – quizás porque la luz no nos dejaba verlas con claridad. Eran vagamente humanas, pero se movian desacompasadas, como tocadas por el Dios Lagg, y su forma dejaba demasiado a la imaginación del testigo como para que me guste recordarlas.
¿Que coño son esas torres que tanto les asus...? - Me detuve asustado al recordar donde nos encontrábamos, donde calculé que podríamos haber llegado si no nos hubiésemos desviado hacia el este.
Que os pasa Maese Piteas
Sir Dremin, eso no son torres... – dije, con voz entrecortada - son misiles.
Ante nosotros, silenciosa y maldita, se hallaba la Bahia Siniestra de Lodak.
Pese al miedo que me causó darme cuenta de donde estaba, podríamos haber pasado bastante mas tiempo observando la maldita construcción, si no hubiesemos observado como dos de aquellas sombras comenzaron a subir el terreno hacia nosotros. Aquellos seres avanzaban por los senderos demasiado deprisa para como se movíans. Así que decidimos que lo mas juicioso sería una retirada al refugio, y lo mas rápida posible.
Aunque luego Dremin lo negase, avanzamos mucho mas ligeros azuzados por el miedo, que estimulados por la curiosidad. Para cuando salimos de los bosquecillos a la llanura donde teníamos el chamizo ya había comenzado a clarear, y entre las lomas podíamos ver a algunos monstruos ardiendo por efecto del sol.
Aunque estabamos derrengados, decidimos alejarnos de aquella zona lo antes posible. Así que hicimos de nuevo los petates, desayunamos fuerte - ¡Con abundante café! - y partimos hacia el noreste, como habíamos decidido el día anterior.
III - Las estribaciones Orientales
Al dia siguiente avanzamos a buen paso, alejándonos de las tierras bajas hacia el este. Pronto volvimos a entrar en una zona llena de lomas y valles: las estribaciones heladas. Para cuando llevabamos media mañana el cielo comenzó a cubrirse, y el clima se volvió un punto mas desapacible.
No nos importó demasiado, pues llevábamos preparada buena ropa de abrigo. De hecho, nos sirvió para avanzar más rapido, pues en la zona no había tanto follaje ni pantanos como en las cercanías de Drakenden .
Pasado el mediodía, llegamos a la gran Cadena Oriental. Siguiendo la cadena hacia el norte nos adentraríamos en las tierras de los enanos, donde nos dirigíamos. Paramos aqui para comer algo y tomar algo mas de café, aprovechamos para conversar sobre el camino recorrido, lo que habíamos visto la noche anterior y lo que nos esperaba.
No recuerdo si fue él o fui yo, pero al rato hablamos del Camino Secreto, el cuentan se abre si sigues la Cadena Oriental al sur de donde nos encontrábamos. Decían que la cadena se dispersaba en un laberinto de agujas y lomas, salpicadas por bosques, hasta llegar a la brecha helada.
Según la leyenda, Adm Skass encontró el sendero, mientras intentaba cazar una corza blanca. Cuando el animal desapareció en mitad del páramo Skass la siguió y descubrió una gigantesca grieta que se abría hasta el corazón de la tierra. Consideró que aquello era una señal de Notch, así que reucrrió a su Fueo Sagrado y excavo la brecha, siguiendo sus vetas naturales, paa construir una ciudad y entregarla a los habitantes del Server.
Casi todo el mundo coincide que la leyenda es eso: un cuento para decorar las decisiones de los Adm, y que no existe camino practicable alguno desde la Brecha hasta el resto de Server: sólo se puede acceder a ella mediante el portal de la ciudad.
Y hacía un mes que el portal había dejado de funcionar...
Para vivir en la brecha todo el mundo acató ciertas normas: nada de agua y sólo casas pequeñas excavadas en las paredes de la roca; por ello, todos los víveres de la brecha eran importados desde otras ciudades. Ahora, incomunicados, no acertaba a imaginar como podrían haber conseguido sobrevivir en condiciones. Había algo de animales, pero era en pequeños jardínes privados; y si alguien hubiera podido arrancar a la roca un camino hasta fuera de la brecha, se encontraría con un inhóspito páramo helado y hostil.
No quisimos hablar mucho más sobre el tema, y acallamos nuestra preocupación fantaseando sobre una expedición como la nuestra que se estuviera aventurando entre los hielos para llevarles víveres. Pero lo cierto es que, si a mi me habían considerado un loco por querer cruzar un camino salvaje, pero posible, ¿realmente habría alguien se intentase llegar a un lugar que en teoria es imposible de encontrar?
Tras la comida renaudamos el camino al norte, siguiendo la Gran Cadena. El camino se volvía mas abrupto por momentos, y no víamos ninguna zona buena donde poder parar para montar campamento, hasta que divisamos una torre de piedra en la lejanía.
Avivamos el paso esperanzados, pues según el mapa ya estábamos cerca de las tierras de los enanos, y aquella torre no sería sino uno de sus puestos fronterizos. Conforme nos acercábamos, pudimos comrobar como la torre no era sino parte de un elegante castillo, rodeado por un amplio foso y altas murallas.
Rodeamos el foso hasta el puente, que se encontraba levantado, y Dremin hizo sonar un cuerno ante la entrada principal. Mientras esperábamos una respuesta, me explicó que, en aquella tierra de castillos, el cuerno era la forma habitual de avisar a los habitantes para pedir hospedaje.
Largo rato estuvimos espectantes, pero no obtuvimos respuesta alguna, ni fuimos capaces de detectar ninguna actividad en las murallas. Dremin fué a tocar el cuerno de nuevo, cuando se detuvo extrañado.
¿Os habeis fijado en las almenas? - me preguntó mientras guardaba el cuerno de nuevo
Si, y no veo a nadie.
No, no, no... – respondió, sin desviar la mirada de las murallas – me refiero a que no hay luz alguna.
Caía ya la tarde y, pese a que con la luz del dia no me había percatado, bajo la ambarina y menguante luz podía darme cuenta de lo extañas y oscuras que estaban esas murallas. Ninguna luz iluminaba las almenas y por ninguna ventana se veía resplandor alguno. Ni tan siquiera se alcanzaba a distinguir el resplandor de los patios de armas iluminados, que apagan las estrellas; el castillo estaba en perfecto estado, pero parecía totalmente desierto.
Decidimos intentar apurar el paso hasta las estribaciones cercanas, para buscar refugio en alguna pequeña cueva elevada, cuando vi algo que se movía en una de las torres. Avisé a sir Dremin para que parasemos un instante el paso y poder otear.
Aprovechando los ultimos destellos del ocaso extendí mi catalejo, pero no fui capaz de ver nada y se lo pase a mi compañero, que apuntó directamente a la torre donde creí ver algo. De repente, Dremin se quedó lívido y helado, tan solo para momentos despues arrojarme el catalejo mientras me decía.
Maese Piteas, por lo que mas querais, seguidme y no perdais el paso.
Pero que habeis – pregunté mientras Dremin se adelantaba a los senderos montaña arriba.
¡Luego os lo explico! - me cortó – pero ahora segidme y no os quedeis atras.
No protesté, asustado por la reaccion del caballero, apreté el paso para igualarme a él. Tras de mí, un ruido ominoso, como de cadenas, cubrió la zona: el puente del castillo estaba bajando.
No os aconsejo mirar hacia atras, maese.
Como querais Dremin – jadeaba yo - pero... ¿donde vamos?
¿No lo veis?¡Donde podamos montaña arriba!
La noche comenzaba ya a caer, morada y oscura, ocultándo tanto el camino como los obstáculos. Con la luz de la luna habríamos ido mejor, pero aún tardaría esta en alzarse por encima de las montañas que nos rodeaban.
Escuchamos una multitud de pasos cruzar rápidamente el puente de madera, lo que nos hizo acelerar nuestra carrera aún mas. Desobedeciendo a Dremin, miré de reojo a nuestros perseguidores, y se me heló la sangre en las venas.
Nos perseguía una marea negra de grandes ojos brillantes: multitud de arañas habían salido del maldito palacio, llevando en sus lomos siniestros jinetes en cuyos huesos se reflejaba la luz de las estrellas.
¡Dremin!¡Muertos!¡Nos persigue un ejército de muertos! - Chillé espantado mientras me lanzaba a la carrera.
Os dije que no miraseis hacia atrás maese.
¿Que hacemos Dremin? ¡Una cueva no nos va a servir!
Aguantad un poco más Piteas, ya llegamos.
Cinco minutos más corriendo sendero arriba, con el peso de nuestros petates, y ya notaba mis piernas destrozadas y sabor a sangre en mi boca. Abruptamente, Dremin se detuvo en una pequeña explanada.
Bien Piteas: esto haremos. El camino es por aqui, pero tendré que avanzar solo si queremos tener alguna opción
¿Y yo? - pregunté espantado ante la idea de convertirme en cebo -
Tranquilizaos – me dijo, mientras se descargaba equipaje – estais en alto, con lo que les podreis disparar mientras llegan. Yo volveré en cuanto pueda
¿Y si no volveis? - Espeté
Dremin me miró fijamente, autoritario
Voy a volver, maese. Yo NUNCA dejo a nadie atrás, pero debo adelantarme sólo. - casi me avergonzó de haber dudado de su palabra
Bueno, pero ¿y si me rebasan?
Id subiendo la senda. Desde aqui es complicado mantener un buen ritmo con el equipaje que llevais, pero tambien será complicado para ellos avanzar. Podreis ganarles un poco más de tiempo
De acuerdo – le dije, mientras sacaba mi arco, pero Dremin ya se había adentrado montaña arriba, entre arboles y matojos.
Mi giré hacia la legión de seres que avanzaban montaña arriba. La senda era estrecha y, gracias a dios, tenían que ir en estrechas filas de a dos. Clavé un par de antorchas para tener mas visión y comenzé a disparar flechas.
Una vez calibré la distancia, conseguí abatir las primeas filas de mosntruos a flechazos. Sus compañeros tuvieron que caminar por encima de los cadáveres, por lo que gané algo de tiempo para escalar algo mas la senda. Tal y como había dicho Dremin, el camino era ya muy escarpado y tuve que avanzar a cuatro patas para no perder el equilibrio.
En cuanto pude volver a incorporarme, lancé otra andanada casi a ciegas contra mis perseguidores, que ahora se hallaban incómodamente cerca mío. Cayeron unos cuantos, pero otros comenzaron a su vez a dispararme, pero lo que me cubrí para evitar ser alcanzado.
Disparé en cuanto pararon, ralentizándolos un poco; pero los jinetes comenzaron a coordinarse, y las ráfagas que me disparaban fueron mas frecuentes. Me cubrí con mi propio petate, que pronto quedó atravesado como un erizo, y salí de la senda buscando el abrigo de los arbustos altos.
Abandoné la idea de responderles a los disparos, pues tan sólo habría quedado mas expuesto, y me centré en la posibilidad de seguir escalando, aferrándome a las matas y cubriéndome con las ramas bajas.
Los jinetes llegaron hasta donde Dremin y yo nos habíamos separado, y abrieron sus filas para poder dispararme mejor. Un par de seres descendieron de su montura y, reptando, comenzaron a darme caza.
Un par de flechas me alcanzaron, en un hombro y un brazo, pero el miedo me hizo ignorar el dolor, y lancé como un poseso para intentar llegar a un punto más alto mientras los disparos silbaban a mi alrededor.
Avancé trepando como un gato, clavando mis manos en cualquier saliente hasta brotar sangre en mis dedos. En alguna ocasión noté una mano que tocaba mis pies, pero pateaba con fuerza y seguía adelante.
Desesperado como estaba, me agarré a una gran roca en lo alto de la senda, pero para mi desgracía noté como la piedra comenzaba a resbalar de la tierra, arrastrándome con ella ladera abajo.
Socorro – Logré susurrar. Habria querido gritar de espanto, pero solo me alzanzó para un hilo de voz, mientras comprendía que iba a caer hacia mi muerte.
Debió ocurrir muy deprisa, pero lo recuerdo ralentizado. Cerré fuerte los ojos mientras me notaba perder el equilibrio, preparándome para el golpe. Noté las flechas silbando alrededor mio, y algo aferró de repente mi brazo.
¡No os solteis comerciante, agarraos bien! - Dijo una voz enfrente mío
Disparad a esos miserables, hay cuatro entre los arbustos. - Ordenó sir Dremin
Cuando volví a abrir los ojos, un par de enanos me había agarrado por los brazos, y me arrastraron a cubierto de los disparos. Junto a ellos, una docena de ballesteros - liderados por Dremin – descargaban sus virotes sobre los jinetes.
Casi en volandas, me guiaron a traves de caminos encrespados, mientras los ballesteros cubrían nuestras espaldas. Estos se turnaban para poder disparar la mitad, mientras el resto avanzaba con nosotros a la vez que recargaba, sin dejar asi respiro a nuestros perseguidores. De esta forma cruzamos un par de arboledas y arrollos, hasta una pequeña torre excavada en la ladera de la montaña.
Una vez dentro de la torre, dos enanos atrancaron la puerta mientras el resto tomaba posiciones en las aspilleras. En aquel momento yo estaba extenuado, y además había perdido bastante sangre, por lo que en cuanto me sentí seguro perdí el sentido, y no volví en mi hasta el alba.
Buenísimas como las anteriores, sigue así monstruo xD
Si actualizas a éste ritmo creo que nadie va a poder atreverse a levantar ni una sola queja
Muy bueno! Me encanta visualizar con cubos minecrafteros estas aventuras! Continua así, por favor.
IV - En tierra de los enanos
Desperté inquieto, sin apenas recordar lo sucedido durante la noche, y con un espantoso dolor de cabeza. A mi lado, una doncella llenaba de agua una palangana a los pies de mi cama.
Buenos dias señor – sonrió la doncella
Buenos... ¿mi equipaje? ¿Dremin?
Tranquilizaos, vuestro esquipaje esta allí – señaló un armario en el cuarto donde me encontraba, mientras me retiraba las sábanas
Pude comprobar entonces que tenía el pecho vendado, y recordé el ataque desde el castillo, la carga de los enanos...
¿Donde estoy? - Pregunté al rato, mientras la doncella cambiaba las vendas por otras limpias.
En Castro Cubum, por supuesto – respondió la chica sonriendo para si. - ¿No os acordais de nada realmente verdad?
¿De nada? Claro, el ataque, sir Dremin volvió...
Estabais muy herido, y habíais perdido bastante sangre, – dijo la doncella – asi que los soldados os dieron Pyramidum para que aguantaseis el viaje hasta aquí.
Pese a la conversación, la joven no retiraba su atención de las curas: quitaba las vendas, las ponía y extendía unguentos con dedos ágiles.
¿Drogas os referís?¿Por eso me duele la cabeza?
Sí, algo así; lo cierto es que os soltó bastante la lengua... - La chica sonrió pícara mientras recogía todo en una caja de madera pintada.
Dios mio, er... siento si dije algo fuera de...
No os apureis, Maese Piteas – rió la doncella - tampoco fuisteis demasiado grosero. Creedme que he oido cosas peores. Ahora descansad, avisaremos a Dremin de que habeis despertado.
La muchacha salió de la habitación. En cuanto el dolor de cabeza se hizo tolerable la desobedecí, y me levanté para examinar el estado de mi equipaje. Había algunos útiles rotos, ropa rasgada, pero las semillas estaban intactas y en su lugar.
Dremin entró mientras terminaba de guardar el petate.
¿Ya de pié? Claro, vuestro equipaje... defecto profesional de los comerciantes
No, no – respondí turbado mientras volvía a sentarme a la cama – tenía miedo de que algo se pudiera haber roto y – Dremin me cortó con un gesto.
Tranquilo, tranquilo, era broma. ¿Como os encontrais? - El caballero, que ahora estaba vestido con ricas ropas de noble, tomó asiento cerca de la cama.
Dolorido, jodido... vivo. Muchas gracias.
Por Dios, Piteas. Os estais jugando la vida por llevar grano a mi ciudad. Soy yo el que os las debería dar en nombre de Norsk. No comencemos.
Bien. ¿Podremos partir pronto?
Hoy y mañana descansaremos, que os hace falta. Pasado al alba unos uardias nos escoltarán hasta las tierras de mi familia. - De un bolsillo, Dremin sacó su pipa - ¿quereis dar una vuelta?.
Me puse una saya holgada, y salimos a andar un poco por Castro Cubum. Era una pequeña fortaleza que vigilaba desde arriba una agradable aldea. Partían de ella dos caminos elevados, fabricados en duro cristal enano, que llevaban hasta dos fortalezas gemelas en picos cercanos, sin necesidad de pasar por el abrupto terreno y dominando la zona.
A estas alturas de mi relato, considero apropiado señalar que el apelativo "enano" de los orientales no les hace justicia. Cierto es que se les compara con estas criaturas mitológicas, por su amor con las artes de la fragua y la minería, pero haceros a la idea que la altura del mismo Dremin es semejante a la mía, y con el la de todos los habitantes de la región.
La tarde ya estaba avanzada cuando paseamos por los corredores de cristal, cruzándonos con el cambio de guardia, y los rayos ambarinos jugueteaban a traves de las vidrieras. Caminábamos pausados mientras Dremin me narraba como había encontrado una patrulla la noche anterior. Le suiguieron prestos cuando les hubo enseñado el sello de su casa, y llegaron justo a tiempo para sacarme de allí.
Luego rechazaron el ataque, los hombres le habían dicho que en esa zona también estaban aumentado en virulencia los ataques de los monstruos; sobre todo en los alrededores del "Castillo del mal Hospedaje", que era como llamaban a la fortaleza de la que habían partido los jinetes de arañas que nos atacaron.
Paramos al llegar al "Fuerte catarata", llamado asi por la cascada que nacía en el peñasco en el que estaba ubicado. Allí nos quedamos un rato, viendo ocultarse el sol. Metros debajo nuestra, los mosntruos salían de sus cubiles a la noche
Los ataques aumentarán a partir de ahora – dijo Dremin, mientras miraba como la luna salía tras el horizonte.
Me imagino. ¿Creeis que algún enano nos acompañará hasta Norsk?
Ni de casualidad – Hizo una pausa para exalar una gran voluta de humo. El humo de su pipa era agradable: olía a hogar. - necesitan todos los refuerzos para cubrir las fortalezas.
No creo entonces que podamos volver a hacer noche al raso – observé las montañas al norte.
Exacto, – dijo taciturno – eso limita nuestro viaje ¿verdad?.
Algo, Dremin. Pero creo que podemos seguir, mirad. - Le señalé un pico cortado que se distinguía en loltananza - ¿Veis esa montaña?
¿Mons Cayvm?
Exacto. Tengo un amigo, maese Trevas, que tiene una fortaleza en su cara oeste. Con un poco de suerte, y si partimos temprano, podríamos llegar a ella antes de la tarde siquiera. Al día siguiente no tendríamos mas que bajar por las sendas del norte, que teno entendido que son bastante seguras y transitables incluso en invierno.
La noche, morada, ya nos había cubierto. La guardia nocturna guardaba silencio y tan sólo se oía el rumor de la cascada bajo la peña. Sir Dremin aspiró la pipa, llenando su cara barbuda del resplandor rojizo de la lumbre.
Me convence, – dijo, tras volver a exalar el humo. - iremos a ver a ese Trevas.
¡Perfecto!
Pero mañana, maese, pasaremos el día en mis tierras. ¡Ya que estamos aqui quiero presumir de ellas!
Al dia siguiente, tras un copioso desayuno al estilo enano – manzanas, panceta frita, huevos, queso del llamado brie, tostadas, buñuelos y abundante té ahumado de raices – partímos rodeados de un grupo de cazadores hasta las tierras de Dremin.
Para fortuna de mi maltrecho cuerpo, obsequiaron a Dremin con un par de Ponys orientales, bestias peludas que cabalgan sin apenas mover al jinete, con lo que fué sin lugar a dudas la jornada más cómoda de todo nuestro viaje.
A media mañana llegamos a la Torre de Agbar – la legendaria ruina que se vuelve más jóven cuan mas tiempo pasa – y nos despedimos de nuestra escolta. Les regalé café y especias de Valinor, y ellos a su vez me dieron un elegante frasco de latón del rico té ahumado que preparan.
Tras eso, cruzamos un pequeño bosquecillo, y por fin llegamos al puente que marcaba los territorios de los Dremin: un conjunto de islas en el mar interior, fértiles y seguras. Los guardias, reconociendo a su Sir, nos recibieron con alegría y se encargaron de nuestros equipajes y monturas.
Comimos prácticamente al llegar, en un cenador sobre las blancas playas de la isla principal. Tras una breve sobremesa, en la que le regalé los oídos a Dremin con el lugar, el caballero me llevó hasta un lugar que deseaba enseñarme: un bajo edificio, de simple pero elegante estructura.
En su interior reinaba una luz mortecina, las ventanas – apenas del tamaño de aspilleras – dejaban pasar muy poca luz. En la semioscuridad del interior fui distinguiendo bancos, un sencillo altar de obsidiana, y un retablo curioso: realizada con piedra, lava y cristal enano se hallaba ante mi una representación de un cubo desplegado, pudiendo ver todas sus caras a la vez.
Bienvenido al templo del cubo, maese.
Un lugar de recogimiento – dije mientras me adentraba, la temperatura en la sala era calída y agradable.
Y de reflexion, – dijo Dremin dirigiéndose al retablo – para recordar lo que somos, al fin y al cabo.
Cubos somos – afirmé
Y en cubos nos convertiremos, tarde o temprano.
Dremin quedó ante el altar con la mirada perdida.
Y ya que no podemos evitar nuestro final, - continuó el caballero - al menos podemos dirigir nuestro camino mientras tanto.
Habláis más como un burgués que como un Noble, Dremin. ¿Tienen vuestros siervos el mismo control sobre sus vidas? - comenté sarcástico.
No os riais Piteas: soy justo con ellos y les pago bien. Pueden disponer de mis tierras para vivir, o marchar cuando quieran. Trabajan para mí, no son mios.
No todo los nobles piensa así.
Yo no soy todos los nobles. Soy Dremin.
Luego pasamos detrás del altar, hasta unas escaleras, bien iluminadas, que se hundían en las profundidades. Allí se encontraban las salas donde Dremin vivía cuando llegaba a sus tierras. Arrancadas a la tierra, y bajo las agua del mar interior, estaba contruida prácticamente una mansión: alojamientos, almacén, forja.
El caballero me guió a través de un pasillo que se abría a un bosque de columnas – en el que sn duda me habría extraviado de no guiarme Dremin -, hasta salir a la superficie mediante unas grandes escaleras de piedra.
Al volver a subir, pude ver como anochecía en mitad del mar cristalino; nos encontrábamos con una isla bastante mas aislada del resto, con tan sólo un puerto contruido, pero en el que estaba amarrado un barco mas grande incluso que el Axtetanic de Axteroide.
¿Que os parece el "Hades"? - Dijo Dremin al ver mi cara de admiración
Increíble, sir. Os habrá costado...
Años de trabajo, si – encendió su pipa – pero en breves estará acabado, y patrullará por el mar interior.
Es imponente
Tiene que serlo – abrió los brazos, como queriendo describir lo intangible - por encima de un barco será el símbolo que ha de unir a lo enanos.
¿En un nuevo reino?
No, por dios; - meneó la cabeza y chupó de la pipa – no creo que haya dos enanos que estén de acuerdo en como gobernar. Tendría que ser una confederación, una liga... lo que sea, pero unidos.
Un sueño grandioso.
Por eso lo continúo, - exhaló el humo y se volvió a mirarme – yo, maese Piteas, adoro viajar, como vos. Esto es el sueño de mi abuelo, que mi padre continuó y yo acabaré.
¿Y entonces dejareis de viajar para dirigir el barco? - me aproximé a la nave, admirando la técnica enana en cada detalle.
Entonces... - la mirada de Dremin vagó perdida unos instantes, pero luego sonrió y me miró decidido -ya veré lo que haremos entonces.
Quedamos así, en silencio, durante un buen rato. Luego volvimos por el bosque de columnas hasta las salas, donde cenamos y nos recogimos temprano. Al día siguiente comenzaba una jornada que se prometía dura.
En aquel momento, ni me imaginaba todo lo que se desencadenaría los próximos días. Quizas por eso dormí tan agusto.
MOAAAAARRRRR!!!!
A esperas de más, nada malo que decir del último capítulo
Brutal!!! Me ha puesto la gallina de piel. Por favor, que no cese la cosa.
Por fin he sacado tiempo para leerlo todo
Piteas son geniales ^^
Lord Piteas, siento esto, pero La mision de Norsk se ha convertido en la despedida de la ciudad, un heroico epitafio para una ciudad que hasta hace poco fue hermosa. Cuanto sufrimos y cuanto nos jugamos, para esto....
El dolor es tan grande que ni rabia siento.
Pero los enanos Ni olvidamos Ni perdonamos. Y jamas abandonamos
Tenéis razón sir Dremin
Conforme leáis esto, la ciudad ya no existirá: Darth Lagg y sus griefers la han arrasado. No pudimos defender Norsk pero, gracias a esta historia, dimos tiempo a sus hijos para crecer, amar y soñar antes que cayese.
Pero eso es otra historia, y tendrá que ser contada en otra ocasión. Que siga la historia...
un brindis por norsk!siempre viva dentro de todos sus habitantes
ESO DECIMOS TODOS!!
V - Mons Cayvm
El cielo comenzaba a clarear cuando salimos de las tierras de Dremin. Partimos en barcazas, costeando el mar interior y remontando hasta donde pudimos el rio Cayvm. El sol nos encontró echando ya el pie a tierra, en las estribaciones del monte.
La vegetación aqui se nos antojaba exuberante: las hayas, los pinos y los arbustos crecían tan frondosos y retorcidos, que tan sólo podíamos subir por los caprichosos senderos que creaban los arrollos durante el deshielo.
Muchas veces, ante una encrucijada, tomábamos un camino para luego, tras un recodo, ver como quedaba ciego por la vegetación, o moría en una fuente; y entonces desandábamos el trecho para volver a probar suerte.
Pese a que avanzar por semejante laberinto nos retrasó bastante, ibamos descansados y ligeros, por lo que aún no era media mañana cuando emergimos de las faldas boscosas del MonsCayvm hasta las empinadas laderas, ahora apenas salpicadas de elegantes abetos.
Subíamos por territorio virgen, así que nos tomamos un descanso, para recuperar fuerzas con el té especiado enano, y poder decidir cual sería el mejor camino para alcanzar la senda de los Lagos Altos. El día había salido claro y, en aquella inmensidad, nuestra vista dominaba toda la costa norte del mar interior: las islas del Baronazgo de Dremin se veían cercanas, y aún se distinguía, pequeño en la lejanía, Castro Cubum.
Reunidas fuerzas, emprendimos la subida por una ladera suave, pero cubierta de gravilla – la cual nos dió más de un susto al hacernos resbalar -. Pronto nuestros pasos nos llevaron a la orilla de un rio, que bajaba fuerte y decidido la montaña, y nos habría de guiar hasta los Lagos. Remontando este cruzamos un ultimo paso entre peñascos y... habíamos llegado.
A nuestro alrededor ya no crecían árboles: en su lugar, una corta y espesa manta de hierba cubría todo el suelo, agarrándose a la tierra y confundiéndose con el liquen en las propias rocas. Frente a nosotros, el rio que nos había guiado nacía, con una bullente cascada, en un ibón que parecía contener un trozo de cielo.
Bordeando este lago cruzaba la senda que veníamos buscando, señalada tan sólo por pequeños cairns a cada trecho, y valiéndose de precarios troncos para cruzar por encima de los arrolluelos. Nos incorporamos a ella animados, pues el camino sería algo más llano y seguro a partir de ahora, pero pronto nos dimos cuenta que, de este lado del monte, el tiempo empeoraba por momentos.
Las nubes se agolpaban a nuestro alrededor, algunas de ellas a ras de suelo, como una niebla fría y molesta, y apresuramos el paso para evitar que una tormenta nos sorprendiera allí desguarnecidos. Caminábamos taciturnos y embozados en las capas de viaje, cuidando de donde pisábamos para no caer a los arroyo de heladas aguas, cuando las nubes se despejaron un poco y pude ver, a unos metros de nuestro camino, una gigantesco palacio de hielo surgir de uno de los lagos.
Quise acercarme a verlo de más cerca, pero Dremin me instó a seguir caminando, pues en las tierras de los enanos se oían extraños cuentos acerca de viajeros que se habían adentrado en esta senda y, llamados por las maravillas de la montaña, jamas habían vuelto. Además, ya se oían en la lejanía rumores de truenos, y para mi la tormenta en ese lugar era un adversarío mucho mas temible que cualquier leyenda.
Sería media tarde cuando encontramos una de las sendas que descendían de los lagos hasta la cara oeste del MonsCayum. Esto ra casi tierra conocída para mi, por lo que recobré fuerzas y optimismo. Así, en muy poco tiempo descendiendo por una pista bien marcada, volvímos a estar al abrigo de un bosque de abetos, casi a la vez que comenzaba a nevar copiosamente.
Pese a que no había llegado todavía el anochecer, el día se oscurecía por momentos, así que apretamos el paso para llegar pronto al refugio de Maese Trevas. Bendije al cielo cuando los árboles se separaron para dejarnos ver, unos metros por debajo, el claro y la casa de mi amigo. Seguro de llegar por fin a un refugio, caminé decidido havia la puerta de la casa, cuando sir Dremin me agarró de un brazo y me apartarmó a un lado del camino.
Cuidado, Maese
¿De qué? Trevas es un amigo, no os preocupeis por eso. No creo que le importe que hagamos noche.
No hablo de eso Piteas – me cortó, mientras señalaba a la puerta de la casa, levemente entreabierta. No se distinguía luz dentro, pero un murmullo incesante delataba habitantes.
¡Genial, hay gente! Quizas han estado de caza y acaban de... – me detuve al instante, mientras un escalofrío recorría mi espalda
Y es que entonces pude distinguir como un Creeper, con sus muertos y tristes ojos, salía de la casa de Trevas. Dremin me instó a ocultarme mejor entre el brezo: estábamos cansados, cargados y medio congelados, y habríamos sido una presa demasiado fácil
Permanecimos un rato escondidos, hasta que el Creeper marchó del claro. Como el rumor de voces seguía oyéndose, nos acercamos sigilosos a la casa para otear su interior, pensando que quizas habría alguien atrincherado contra los monstruos, o quizas un herido.
Para mi sorpresa, y a pesar de que la nevada ya era copiosa, la puerta y los ventanales estaban abiertos, y a través de ellos se podía distinguir un grupo de gente vestida en harapos, caminando arriba y abajo del salón mientras parloteaba sin parar.
Conforme el ocaso convertía los bosque del MonsCayvm en una boca de lobo, la oscuridad se iba adueñando del interior de la casa, pero los hombres no paraban su continua charla a pesar de no haber encendido ninguna lumbre. Como locos, balbuceaban sin sentido, caminando de un sitio a otro, tropezando con los muebles y hablando con el aire.
Alguno de nosotros rompió una pequeña rama, y el rumor de la gente cesó al instante. Dremin y yo nos encogimos en la oscuridad que ya reinaba en el claro, seguros de que no nos verían. Pero, al tenue contraluz, distinguimos que aquellos hombres comenzaron a olfatear, como lobos buscando el rastro.
Uno de ellos miró hacia donde estábamos, y se me heló la sangre en las venas; aquel ser tenía los ojos sobrecogedóramente grandes y sin pupilas, que brillaban en la oscuridad. Nos señaló con un dedo huesudo y, abriendo una boca llena de afilados dientes, chilló en nuestra dirección.
Casi a la vez, Dremin y yo nos apesuramos a internarnos en la espesura, poniendo tierra por medio. Detrás nuestra escuchamos algarabía y atropellos: los seres se agolpaban para intentar salir por la ventana y darnos caza.
Corrimos al límite de nuestras fuerzas, siempre ladera abajo. No puedo recordar bien cuanto tuvo que durar aquella huida entre la inmensidad del bosque, pero se me hizo eterna y espantosa. Los árboles, que hasta hacía poco habían representado un abrigo ante la tormenta, eran ahora un laberinto de susurros y oscuridad.
Al cabo de un buen rato, a punto de caer extenuados, llegamos a las ruinas, cubiertas de nieve, de algúna pequeña capilla perdida en el bosque. Dremin, a sabiendas de que no podríamos seguir a ese ritmo mucho tiempo, me sugirió defendernos en ella, pues aún parecía conservar el piso superior en pie, aunque sin techo que nos sirviese de cobijo.
Entramos apresurados, comprobando que podíamos subir hasta la parte de arriba con facilidad, y rápidamente preparamos unas improvisadas defensas. Con unas piedras cercanas obturamos el acceso de la parte baja a la alta, y ayudé a Dremin a colocarse una cota de couirbilly por si llegábamos a las manos.
Desde el segundo piso, al lado de las copas de las hayas, podía distinguir como aquellos seres ya iban llegado hasta las ruinas, y rodeaban el templo buscando algún lugar por donde atacar. Dremin encendió una antorcha y la arrojó lejos, iluminando un grupo de monstruos agazapados, que chillaron amenazantes. Disparé de seguido una andanada de flechas hacia allí, y di seguro en el blanco, pues los chillidos dieron paso a un desaradable gorgoteo
Los seres se lanzaron entonces en tropel, intentando asaltar por todos los lados, llenos de furia ciega. Recuerdo que me parecieron animales hambrientos, que se avalanzaban sobre su presa sin pensar, fruto del ansia. Mis flechas consiguieron derribar a algunos, pero entre mis manos entumecidas por el frio, y la velocidad a la que se movían, no podía sino disparar a bulto y pronto gaste un carcaj entero. Dremin, por su parte, caminaba a un lado y otro del piso, hacia donde los seres conseguían trepar o saltar, abatiéndolos de dos hachazos, para luego tirar el cadáver al resto.
En el momento en que tuve que sacar mas flechas del petate, unos cuantos treparon por mi lado, rodeándonos en el piso. Pese a que Dremin les rechazó, hondeando su hacha a diestro y siniestro, llegaron a morderle en el costado, sangrando profusamente.
En cuanto pude volver a disparar, lancé de nuevo una lluvia contra los más cercanos, dándonos un respiro. Sin embargo, para cuando nos preparábamos para un segundo asalto, los seres llegaron, olisqueando, hasta algunos de sus propios cadáveres, para luego despedazarlos entre varios y adentrarse de nuevo entre los árboles.
La calma se adueñó de nuevo del lugar. Oteé los alrededores, pero aquellas criaturas parecían haber desaparecido sin dejar rastro. Me volví, contento hacia Sir Dremin, para encontrarle apoyado en una de las pocas paredes de piedra aún de pie, con el hacha caida a tierra y conteniendose la herida.
¡Sir Dremin! ¿Estais bien? - me dirigí hacia él con dificultad, pues el frio ya había calado en mí.
No, Piteas, no. Pero no os apureis, que de peores he salido. - No sin dificultad, se encendió la pipa con dedos entumecidos.
Dios, estais... ¿puedo parar la herida? En el petate tendremos algo.
Mientras Dremin se desangraba, y yo notaba la fiebre creciendo dentro de mi, la noche fue pasando, fría y cruel. Conseguí parar la herida – aún no se muy bien como – pero Dremin cayó agotado antes de poder darse cuenta. Por mi parte, me arrebujé entre unas mantas que llevaba en el petate, y permanecí la noche en duermevela. Continuamente me acosaron por las alucinaciones de la fiebre, en forma de los espantosos bagabundos del MonsCayvm.
Dremin despertó con la alborada del dia siguiente, débil y casi helado de frio, para encontrarme demacrado y ardiendo por la pulmonía. Para poder proseguir me dió un poco de Pyramidum enano, y reemprendimos en viaje ladera abajo.
Avanzamos ridículamente lento, en el precario estado en el que nos encontrábamos. Pero con el medio dia llegamos por fin al otro lado del monte. Las laderas boscosas dieron paso a suaves colinas, y el olor del mar nos dió fuerzas para continuar hacia delante. Cuando paramos para intentar comer algo – Dremin no tená hambre y yo vomitaba todo cuanto comía – consulte el mapa para ubicarnos.
Mucho me alegré al reconocer la zona donde habíamos ido a parar en nuestra huida: era el mar escarlata, la lengua que une los mares de Norsk y del Norte. En aquella zona vivía un viejo amigo de tiempos jóvenes, cuando era un mercader en bahía del sol: el astrónomo Reshef.
No costó dar con su casa, oteamos desde las lomas la playa abarrotada de hierba, y en seguida vimos una gran cabaña, de techos de cristal, y de cuya chimenea salía un humo que prometía hogar. Dremin me ayudó a llegar en último tramo, pues la fiebre volvía a subirme y ya hacía un rato que escupía sangre por la tos.
No me puedo imaginar lo que paso por la cabeza de mi amigo cuando, al abrir la puerta de su casa, se encontro dos deshechos humanos tan malheridos.
¡Reshef! - exclamé soltándome de Dremin, tambaleándome para poder dar una abrazo a mi antiguo compañero
¡Dios santo Piteas! ¿Que os ha pasado?¿Venis acaso desde Ramaverde?
No, nosotros – pero no pude continuar, un ataque de tos me hizo doblarme y casi caer al suelo.
Reshef nos hizo pasar a su casa – que, por humilde que fuera, me pareció una autentica mansión – y entre Dremin y el me recostaron en un diván. Aterido de frio, me hice un bulto y observé en silencio como el caballero y el astrónomo conversaban sobre lo que habíamos pasado.
El calor y los inciensos de la casa me relajaron, y los colores del turbante y la túnica de Reshef se fueron transformando en manchas que bailaban a mi alrededor, arrastrándome a un sueño reparador.