ADVERTENCIA:
Este escrito es fruto de una tarde de gripe encerrado en casa y sin nada mejor que hacer. No ha sido escrito con la intención de compartirlo, si no simplemente para pasar el rato, pero una vez acabado, he pensado... ¡Que se jodan! ;D
(Hay gente que cuando se aburre hace macramé o punto de cruz, y a mí me da por escribir chorradas, que pasa?) Aviso: Un consumo excesivo puede tener efectos laxantes. ¡Avisados quedáis!
Esta "pequeña" historia pretende narrar mi relación corta aunque intensa con un fabuloso juego llamado Minecraft.
No recuerdo cómo descubrí su existencia, probablemente fue durante una de mis largas sesiones de navegación errante por la red. Mientras vagaba por páginas afines a mis intereses, saltando de un enlace a otro, y acumulando pestañas en el navegador, a la espera éstas de ser leídas.
Por aquel entonces Minecraft empezaba a despuntar cómo fenómeno de culto dentro de las esferas del mundo de los videojuegos. Pese a su vetusto aspecto, y a la poco cuidada calidad de su página web, enseguida consiguió atraparme.
No fue el modo creativo, donde la infinidad de materiales disponibles sin ningún esfuerzo lo convertían en un juego sandbox sin más aliciente que construir "ad infinitum", ni tampoco fue el multiplayer el que me enganchó, en el que me sentía desbordado por la inmensidad de las ciudades y sus colosales construcciones.
Fue el modo single player el que me cautivó. Esa sensación al iniciar el primer mapa no la olvidaré. El estar solo frente a la inmensidad del mundo, sin nada más que mis manos desnudas para enfrentarme a él. Y la apremiante sensación e intranquilidad producida por el paso del tiempo, ver el sol deslizarse lentamente pero sin pausa por el cielo, indicándome a ciencia cierta que tarde o temprano se haría de noche... ¿Y entonces? ¿Que sucedería durante la noche?
No tardé demasiado en hacerme con los controles del juego, en recoger mis primeros bloques de tierra y madera, con los que construí un apresurado refugio a escasos metros de la orilla de un gran lago, en la falda de una pequeña colina, una loma más bien, allende la cual podían verse una cordillera de altos riscos y paredes verticales de roca desnuda, con unos imponentes árboles en sus cimas, que en conjunto daban la impresión de ser una infranqueable muralla.
Apenas había conseguido crear mis primeras y rudimentarias herramientas de madera cuando sin previo aviso sobrevino la noche. en pocos momentos la oscuridad lo envolvió todo por completo, y sin una mísera antorcha que me iluminase corrí a mi refugio y sellé la entrada.
Eternos se me hicieron los siete minutos que duró la noche. Ruidos extraños y sombríos, y el ir y venir de tétricos lamentos me sobre sobresaltaron continuamente. Sin embargó, la noche pasó y aunque no vi el alba del nuevo día, encerrado cómo estaba en mi refugio, el cese de los extraños sonidos y los ruidos del ganado me convencieron de que ya era de nuevo seguro salir fuera.
Así, con la convicción de que un puñado de bloques de tierra me protegería al caer la noche, y armado con el valor que pueda proporcionar una espada de madera decidí aventurarme a explorar el mundo, al menos hasta donde la vista permitía alcanzar.
En mi primer viaje crucé verdes colinas y escarpadas montañas en las que a menudo tuve que excavar escaleras en sus frías paredes de roca para poder avanzar, lagos de todos los tamaños y espesos bosques se cruzaron en mi camino, e incluso me aventuré a explorar alguna pequeña cueva a los pies de un risco.
Durante varios días vagué por el mundo sin mas objetivo de aprender de todo lo que encontraba en el camino. Descubrí algunos de los diversos materiales de los que conforman el mundo: Roca, tierra, arena y grava. Con la madera y el carbón pronto aprendí a crear antorchas, y la roca me ayudó a construir mejores herramientas. Descubrí como fabricar cristal, y baúles para almacenar mis pequeños tesoros, y a cosechar cereales para hacer pan, y cómo cocinar la carne para mantenerme sano.
Con luz durante la noche y mejores armas empecé a aventurarme a salir en las horas de oscuridad, así pude poner nombre a todos los peligros que sabía que acechaban en la noche. Los zombis, pese a su lento caminar podían ponerme los pelos de punta con sus lamentos. Las arañas atacaban por sorpresa con sus ojos refulgiendo en la noche (y durante el día!) y las certeras flechas de los esqueletos eran capaces de matar en pocos segundos hasta al explorador más avezado, dejándome únicamente con la posibilidad de huir.
Sin embargo, el peor de todos los enemigos aún estaba por revelarse...
Tal vez fuera suerte que aún no me hubiese topado con él, pese a ser capaz de vagar bajo la luz del sol, cosa que no pueden hacer zombis ni esqueletos. Hablo de aquel que se desliza silencioso tanto de noche cómo de día, y cuya presencia sólo adviertes cuando ya es demasiado tarde. Finalmente lo conocí, al Creeper, el mas temido de cuantos seres habitan en Minecraft, se convirtió pronto en una pesadilla. En una sombra constante al acecho detrás de cada árbol o roca, o al menos así lo veía mi subconsciente.
Todo esto me llevó a plantearme crear un pequeño asentamiento. Un lugar al que poder volver cuando oscureciera, y que me serviría de base y refugio en el que pasar las horas nocturnas a salvo de cualquier amenaza externa. Una vez dominada la luz y el fuego podría crear incluso un pequeño jardín dónde cultivar algunas plantas y sobre todo, empezar con un proyecto que llevaba varias jornadas rondándome por la cabeza: una mina!
Y así hice. Durante uno o dos soles busqué un buen asentamiento, y lo encontré.
Se trataba de una pequeña hondonada, flanqueada por dos riscos de escasa altura, pero de paredes verticales, que los convertían en perfectas murallas para el que sería mi nuevo hogar. A pocos metros, había un pequeño estanque que me permitiría abastecerme de agua para el riego, y de arena para el cristal. Y el mar tampoco andaba lejos, apenas un par de cientos de metros.
Así que empecé mi refugio excavando en una de las montañas, y lo fui ampliando y mejorando progresivamente, allané el terreno colindante y creé el huerto y una pequeña plantación de árboles, que cuidadosamente replantados en cada ocasión me mantenían provisto de madera en todo momento.
Iluminé mis tierras convenientemente y las vallé para evitar que las criaturas nocturnas pudieran sorprenderme durante las horas de oscuridad.
Pronto el ganado corría abundante por mis pequeños campos, sabiéndose seguros de cualquier peligro!
Así, bajo la tranquilidad de mi nuevo y acogedor refugio empecé a excavar.
Cavé y cavé hasta llegar a las entrañas del mundo, las minas se ramificaban cientos de metros en todas direcciones, y allí descubrí nuevos materiales. Abundaba el hierro y el polvo rojo, cuya utilidad aún desconocía. Encontré oro y diamantes, y obsidiana , la cual no fui capaz de extraer del lecho de roca y lava.
También me aventuré a explorar vastos sistemas de grutas subterráneas en las que nunca había brillado la luz del sol, y me enfrenté a numerosos enemigos con mis ahora metálicas armas y herramientas.
Y así, durante semanas extraje de la tierra material suficiente para acometer cualquier construcción que pudiese pasárseme por la cabeza.
Hacía tiempo ya que mi casa se había quedado pequeña pese a que entonces tenía ya varios pisos de altura y un vasto sótano dónde se almacenaban los materiales que tanto tiempo me había llevado extraer.
Por aquel entonces, sabiéndome poseedor de un buen almacén de materiales, decidí ir en busca de un nuevo asentamiento. Un sitio dónde construir una nueva morada acorde con mi riqueza.
A medio día a pié de mis tierras encontré, frente la costa, una isla que se alzaba una docena de metros por encima del nivel del mar. Su tamaño me permitirían construir hasta un castillo! Y así empecé.
Dedique varios días a allanar el terreno de la parte superior, y después otros tantos en traer materiales desde mi preciado almacén.
El castillo tendría cincuenta metros por cada lado, y al menos cuatro pisos de gran altura.
Su construcción avanzó a buen ritmo, y al poco tiempo ya disponía de varios pisos, totalmente recubiertos en madera, con opulentas chimeneas y decoraciones. Grandes ventanales iluminaban las estancias de día y permitían que creciesen varios jardines interiores, incluso con algún árbol.
Desde la primera planta, una escalera de caracol descendía hacia el interior de la isla, donde un muelle cubierto permitía entrar y salir en barca cómodamente del castillo.
Un puente de bellos arcos cubría el trecho entre la isla y la costa y permitía el acceso a pié.
Ésta nueva morada tenía todo lo que se pudiese desear, pero a pesar de eso, seguían siendo frecuentes mis viajes a mi antigua casa, que ahora se había visto relegada a una mera casa de campo. Un lugar dónde pasar un par de días de vez en cuando, para relajarme de las tareas de construcción del castillo y dónde dedicarme a cultivar un poco la tierra.
Fueron estos viajes ocasionales los que pese a no haber terminado aún con la construcción del castillo me empujaron a emprender otra obra arquitectónica: el gran canal.
Este canal acuático tendría tres cubos de agua de ancho, y me permitiría desplazarme entre mi casa de campo y el castillo de manera cómoda, rápida y segura.
No serían pocos los obstáculos a sortear, pues ambas residencias se encontraban a diferentes alturas, y varias cordilleras se interpondrían a mi camino. Y aún así emprendí la construcción.
A los pocos días, grandes tramos del canal discurrían ya por la tierra en algunos sitios, y cómo altos acueductos en otros lares. Ideé poderosos ascensores de agua que me permitían salvar las diferentes alturas de la orografía y a la vez, hacían algo más entretenido el trayecto.
En esos días, ya había agotado hacía tiempo mis antiguas reservas de mineral, tan arduamente obtenidas en mis jornadas de minero, así que me vi en la necesidad de crear una cantera a cielo abierto en las cercanías de la orilla frente al castillo.
De esta manera alternaba los días de construcción del castillo con los del canal, pues ambas obras estaban a punto de ser terminadas.
El canal me permitiría viajar en pocos minutos entre mis dos feudos, y el castillo sería mi opulenta morada, dónde hacer transcurrir mi vida en el juego, sin que nunca más me faltase espacio o comodidades.
Y sin embargo, ése sueño quedó incompleto.